Human Rights Education Associates

Apuntes desde Camboya

Felisa Tibbitts, Directora de HREA, estuvo en Camboya en marzo de este año como parte de un equipo para apoyar el desarrollo de un manual para-legal de capacitación para los asesores legales y comunitarios que trabajan en las provincias. El proyecto está siendo ejecutado por la Universidad de Pannasatra, ubicada en Phnom Penh, y su participación es patrocinada por la Iniciativa de Justicia de Open Society. Ella escribió este ensayo reflexivo después de sus emotivas experiencias en el país.

Es difícil encontrar palabras para describir lo que significa estar en Camboya. Supongo que lo primero que puedo decir es que me tomó por sorpresa. Yo estaba, por supuesto, muy consciente del genocidio del régimen de Pol Pot y bastante al tanto de la situación política (incluyendo algunos de los acontecimientos positivos en lo que sólo puede ser llamado una dictadura prolongada). Pero cuando llegué a la sesión de capacitación y miré alrededor del salón, y vi las caras camboyanas, tuve una visión retrospectiva de las imágenes de aquéllos encarcelados en Tuol Sleng. Éstas son las imágenes que llegaron a los titulares internacionales, acompañando la historia de los Campos de Exterminio.

Es extremadamente inquietante, debo enfatizar, estar en un salón con camboyanos mayores que son, claramente, instruidos y bien educados, y encontrarse preguntándose: ¿Cómo sobrevivieron? ¿No deberían estar muertos? Y, mientras tratas de conocer a la gente, darte cuenta de que lo deberían haber estado, excepto por la providencia y los tortuosos viajes de escape. Una de las personas en el evento y líder del proyecto de capacitación para-legal en el que trabajo es Kassie Neou, quien fue esbozado en el libro de Samantha Power Problem from Hell. Kassie está ahora de vuelta en Camboya, donde es Secretario de Estado en el Ministerio de Justicia, pero también trabaja en el sector de las ONG para promover los derechos humanos y la educación legal.

Cuando uno llega a comprender las condiciones sociales y políticas en Camboya, se da cuenta cuan formidables son los cambios. El gobierno actual es una dictadura- que todavía desaparece a sus opositores políticos- y aún así es considerado el más democrático en cerca de cuarenta años. El país ha pasado por un infierno. El periodo de Pol Pot ciertamente tuvo el daño más duradero, pero antes y después de éste, hubo décadas de guerra civil, ocupación y dictadura.

Las oportunidades de mejoría son tomadas ansiosamente. El programa en el que estoy involucrada ayudará a capacitar líderes comunitarios para ser asistentes legales- educando a los aldeanos acerca de las leyes que los afectan y ayudando a mediar fuera de las cortes del sistema judicial, el cual tiene fama de corrupto. La mayoría de los aldeanos no se atreverían a acercarse a la policía o a viajar a la ciudad para buscar un abogado. No tienen el dinero necesario para viajar o para pagar sobornos.

Entonces, el programa para-legal espera traer un poco más de orden y de justicia a las comunidades, particularmente en áreas como el “arrebato de tierras” y la violencia doméstica, que parecen ser los problemas más comunes.

Pero el país tiene muchos problemas. Camboya es uno de los países más pobres del mundo. La mayoría de los niños no completan más de cinco años de educación- si acaso- porque sus familias los necesitan para trabajar en las granjas. La prioridad es la supervivencia en un país con servicios de atención a la salud y recursos económicos limitados. A nivel nacional, los problemas se muestran aún más graves. Miles de minas terrestres están aún sin explotar y miles de personas son mutiladas o muertas cada año- treinta años después de haber sido plantadas. El país está siendo deforestado, afectando el ambiente de todo el Sureste Asiático. El tráfico sexual es un problema enorme y fuera de control, junto con el VIH/SIDA. Como un trabajador de los derechos humanos me dijo, si te interesan los problemas de derechos humanos, sólo ven a Camboya. Aquí están todos.

En condiciones de absoluta supervivencia y problemas angustiosos, es difícil saber por dónde empezar. La complejidad de la situación, especialmente para los aldeanos, es simplemente abrumadora. Por ejemplo, el problema del tráfico sexual ha recibido la cantidad de atención necesaria, pero hay pocos servicios disponibles para las mujeres que son golpeadas. En algunos casos, la gente no sabe que la violación es delito y, ciertamente, no lo reportan. Las violaciones grupales se han convertido, me han dicho, en una moda en las ciudades más grandes y los jóvenes presumen y se ríen de ellas abiertamente. Las jóvenes que son violadas en las aldeas tienen que pasar el resto de sus vidas en sus casas, y muchas se suicidan. Así que ¿Qué atendemos primero y cómo lo hacemos? Aún mi bien educado traductor se rió de la historia de un aldeano acerca de que un esposo se había vuelto celoso de que su mujer deambulara de su casa para visitar a los vecinos. Él la golpeo absurdamente. Algunos encuentran divertido este drama de celos.Reírse de una conducta impropia es común, me confió un habitante extranjero. Es parte del problema de los camboyanos no saber cómo lidiar con su propio dolor. Los forasteros tiene la imagen de los “camboyanos sonrientes”, me comentó una mujer norteamericana, pero eso es completamente fuera de lugar. Se ríen porque de verdad no sienten empatía por la situación. Es una de las siniestras consecuencias del genocidio.

Tal juicio parece más bien simplista, pero es interesante para reflexionar. Cuando Pol Pot llegó al poder, vació las ciudades, corriendo a todos los residentes a la campiña en lo que fue para muchos una marcha de la muerte. Muchos de los camboyanos con los que hablé fueron parte de estas marchas y, aterrorizados de que los etiquetaran para arrestarlos, se volvieron completamente anónimos en sus nuevas comunidades. Una mujer camboyana me dijo que su madre había sido maestra y que no querían que nadie supiera de su vida anterior en Phnom Penh, así que cambiaron su apellido y se convirtieron en granjeros. Nunca conocieron a sus vecinos. La campiña camboyana está, aparentemente, llena de unidades familiares que existen de manera muy separada de sus vecinos o cuando menos sólo comparten información funcional entre ellas. Además, no existe esencialmente la sociedad civil en Camboya. No es difícil imaginar que la crueldad impuesta a la gente de Camboya durante la era de Pol Pot y la consiguiente orden mordaza del pensamiento político, ha creado una generación de camboyanos que se enfoca en el bienestar de sus familias y en nada más. De hecho, sería perfectamente comprensible.

Salí de la provincia de Kompong Cham, viajando a través de la selva que, de verdad, me trajo recuerdos de las películas de la era de Vietnam. Como las fotografías de Tuol Sleng, no me había dado cuenta, hasta ese momento, de cuan profundamente incrustadas están mis imágenes de la guerra de Vietnam. Fue algo aterrorizante, de hecho, algo como la primera vez que viajé a Rusia en un avión de Aeroflot después del rompimiento de la Unión Soviética. Algo, muy dentro, me decía que debería estar en cualquier lugar menos en la carretera a Kampong Cham. Pero nuestro jeep continuó la semana pasada y no apareció nada de napalm. Pasamos por campos de arroz esperando ser revividos de la inundación de mayo, llanos largos y vastos de palmeras, vistazos del Río Mekong- una vía acuática principal del país- y el trabajo silencioso de recolectores de savia en grandes plantaciones de árboles de caucho. Pasamos por aquellas famosas casas camboyanas- las que se sostienen en palos- y pasamos a descansar en muchas de ellas, hablando de los problemas locales y el trabajo de los líderes comunitarios. Si tenía en la mente aquellas imágenes persistentes de la guerra de Vietnam y del genocidio, tenía, frente a mí, líderes comunitarios serios, dedicados a tratar de hacer la vida un poco más fácil para los miembros de la aldea. Los líderes comunitarios nos ayudaban a entender el tipo de casos con los que trataban y las necesidades que tenían, para que nosotros y los escritores locales pudiéramos tomar esto en cuenta cuando desarrolláramos el programa de capacitación para-legal.

Hablamos con diez “asesores ciudadanos” – en sus casas con té casero de jazmín y un fondo de ladridos de perro, gruñidos de cerdos y cacaraqueo de pollos. Los asesores ciudadanos estaban muy serios y tal vez un poco orgullosos de decirnos de los casos que habían ayudado a mediar. Disputas de tierra, ataques, problemas de herencias- mayormente, asuntos que se resuelven mejor fuera de la policía y las cortes. Hablaron de los problemas reales que tienen- teniendo que viajar largas distancias en bicicleta para poder contactar a los aldeanos y una falta de folletos informativos. Sin duda no nos dijeron acerca de los problemas más serios- los casos que no pudieron resolver, el hecho de que los aldeanos no saben leer y no tienen confianza en la ley. Estábamos buscando buenos ejemplos para utilizar en el manual, después de todo, y los encontramos.

A fin de cuentas, es imposible no tener algo de optimismo por el país, debido a los individuos que conocimos. Estos asesores ciudadanos de las aldeas están realizando, de hecho, un trabajo fantástico y satisfaciendo una necesidad real ayudando a resolver problemas locales. El programa de capacitación para-legal estará basado en las aldeas y coincidirá con un nuevo programa de capacitación en educación legal clínica en el país, el cual ayudará a canalizar los intereses genuinos de los jóvenes camboyanos de ayudar a otros, al trabajo relacionado con la ley. El régimen de Pol Pot exterminó la clase educada, pero el tiempo pasa. Estuve en un salón de 18 jóvenes estudiantes universitarios y- si olvidas que son pocos los camboyanos que van a la universidad- puedes estar simplemente contento de saber que estos 18 están ahí y que estarán ocupados en la educación relativa a la ley y en servicios para-legales- y que las cosas estarán un poco mejor debido a esto.

Durante mi última mañana en Camboya, la mesera en el desayuno me dijo “te extrañaré”. Era difícil para mí creer que era cierto ya que yo era una de los, literalmente, cientos de clientes con los que se encontraría en el siguiente mes. Sin embargo, pareció sincera cuando lo dijo, y no pude evitar pensar que yo también extrañaría estar ahí. Es imposible no verse envuelto en la tragedia de la historia de Camboya y la energía de renovación que los proyectos como éste traen consigo.

“Espero regresar,” sonreí y le dije a mi mesera. Y espero que así sea.